Cápsula naval
Por: Homero Luis Lajara Solá
Desde tiempos inmemoriales, las yeguas han sido territorio de mitos y leyendas.
Criaturas como el Kraken, el Leviatán o la Serpiente de Midgard emergen de las profundidades en los relatos de los marinos, representando no solo los peligros de la naturaleza, sino también los miedos internos de la tripulación.
En un buque, la peor tormenta no siempre es la del océano, sino la que se desata cuando la confianza en el comandante se desvanece.
Un líder naval sabe que la incertidumbre y el temor pueden convertirse en los peores enemigos de la disciplina.
Si la tripulación percibe debilidad o duda en su comandante, el desorden y el motín están a solo un paso.
La mística del liderazgo exige que, incluso en las peores tempestades, el capitán mantenga el rumbo con firmeza, sin permitir que sus hombres vean la sombra de sus propias dudas.
Sin embargo, la confianza no se impone; se gana. No basta con la autoridad del rango, sino con la solidez de la doctrina, el ejemplo y la capacidad de inspirar a los subordinados.
La oficialidad, si está bien preparada y adoctrinada, comprende que su deber no es solo obedecer, sino también proteger la estructura del mando, evitando que la moral decaiga y asegurando que el buque llegue a puerto.
En la doctrina de las armas, el espíritu del cuerpo es la armadura invisible que mantiene la cohesión de una fuerza.
Afectar los símbolos de la institución es debilitar su esencia.
Ahí radica el gran dilema institucional: ser leales sin ser cómplices, cumplir el deber sin convertirse en verdugos.
El mar es implacable con los débiles, pero respeta a quienes lo enfrentan con carácter.
La responsabilidad de mantener viva la tradición de honor y sacrificio reside en cada oficial y en cada marinero.
Como en las antiguas epopeyas, el verdadero líder no es aquel que nunca teme, sino aquel que en medio de la adversidad del huracán mantiene firme el timón.
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