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jueves, 13 de marzo de 2025

En la navegación institucional, la correcta distribución de la oficialidad es tan crucial como la estabilidad de un buque en alta mar.



*Cápsula naval*

Por: Homero Luis Lajara Solá 

Un exceso de peso en la superestructura puede comprometer la maniobrabilidad y afectar la capacidad de respuesta ante las corrientes cambiantes del entorno estratégico.

La organización de nuestras fuerzas debe responder a una carta de navegación clara, basada en la misión y en la realidad operativa, no en vientos de ocasión. 

La pirámide de mando, que tradicionalmente debe afilarse hacia la cúspide, corre el riesgo de invertir su quilla si no se mantiene una distribución racional de los grados.

El uso prudente de las plazas vacantes es una bitácora confiable para ajustar la fuerza autorizada conforme a las misiones asignadas. 

Históricamente, este principio de administración ha sido un último positivo que ha permitido estabilidad y previsión en la dotación del mando, evitando marejadas que puedan descompensar la estructura jerárquica.

El hecho de que hoy converjan en el mismo puente de mando oficial de promociones distantes en el tiempo genera un oleaje que afecta la moral y la eficiencia operativa. 

El mar de los desafíos actuales no es la misma de ayer: nuevas amenazas emergen y las antiguas se refuerzan con corrientes más agresivas. Por ello, cada decisión en la estructura de mando debe obedecer al interés nacional, no a corrientes emocionales ni a derivaciones particulares.

Un buque que ajusta su velamen a la dirección correcta, con una dotación acorde a su tonelaje y su misión, es garantía de travesías seguras y arribos exitosos.

 La patria siempre toma nota de quienes navegan con prudencia y visión estratégica.

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