Cuando recibí la infausta noticia de la partida de doña María Jiménez Messón, mis reminiscencias levaron anclas remontando a los cruceros de instrucción de los guardiamarinas (cadetes navales) en Puerto Plata, la novia del Atlántico, en los 80s, comenzando por nuestras arribadas a puerto .
Antes de atracar lo primero que avistábamos eran los autobuses de Cafemba Tours y la figura imponente de esa matrona supervisando que nos dieran un trato especial.
Era un evento para todos los egresados de la Academia Naval observar la sencillez y el amor con que nos recibió doña María, esa señora legendaria pionera del turismo de cruceros (años 70s) en una época donde casi nadie pensaba en ese tipo de negocios en tiempos riesgosos.
Esa gran anfitriona se convirtió en mecenas, sin pasar factura, tanto en lo profesional como en lo personal, de los marinos militares cuando los barcos estaban surtos en sus predios, hasta cerrar su honorable bitácora de vida.
Nunca olvidaré ese soleado domingo de 1985, estando de oficial de guardia en un patrullero de la entonces Marina de Guerra en ese histórico muelle de Puerto Plata, cuando un automóvil Mazda azul apareció en la explanada con doña María al volante, quien subió la escala del buque con una bandeja repleta de una rica ambrosía en épocas difíciles.
Siempre fue cabeza organizadora de las efemérides navales y no son pocos los oficiales, incluyendo al suscrito, que cuando contraían nupcias pasaban la luna de miel en Puerto Plata con todo cubierto por esa emblemática familia.
En mi gestión como comandante general de la Armada tuve el privilegio de tenerla como asesora y me solicita, como siempre , sin nunca solicitar nada, a pesar de utilizar recursos propios para labores que ejecutaba mejor que los propios comandantes de la zona norte.
Hoy, en medio del pesar por su partida en la barca de Caronte, me siento gratificado en mi consciencia, recordando cuando le hicimos ese homenaje en el parque de Puerto Plata, entregándole frente a las autoridades municipales un merecido diploma de reconocimiento.
Fue una emotiva ceremonia con la participación de los guardiamarinas efectuando el “manual de armas en silencio”, en su honor, actividad que con los años ella me repetía constantemente con lágrimas en los ojos por la emoción de aquel momento inolvidable.
Cuándo salí del mando de la Armada, como se estila, las llamadas telefónicas disminuyeron, menos las de doña María, quien nunca fue veleta que cambiaba con el viento, siempre estuvo pendiente de mi y de la familia, al igual que para comentar y felicitarme por mis ensayos mensuales en el Listín Diario. En enero extrañaré esa llamada.
Ya en honroso retiro, en mis visitas me recibieron con mi familia en su hogar, como siempre, atenta y amable. Mis hijos nunca olvidan ese majestuoso árbol de Navidad y el inmenso tren que los impresionaba.
Gestion para la Armada
Hace unos meses, en una de sus frecuentes llamadas telefónicas para comentarios y evaluaciones sobre la Armada de hoy, a veces con nostalgia e impotencia, me habló sobre su gestión personal para la adquisición de un solar para la nueva comandancia de puertos de la Armada en Puerto Plata. Ojalá que ese noble deseo se haga realidad.
Sólo espero que la Armada reconozca su legado y deje la huella indeleble de nuestra matrona en Puerto Plata para que sirva de inspiración al necesario proceso de integración entre la Armada y el sector privado en el desarrollo nacional y el servicio desinteresado a los demás.
En una época donde se olvida agradecer y el interés mayormente se basa en los beneficios personales, omitiendo la óptica del interés nacional con la visión de conjunto para desarrollar el país, doña María debe ser un faro de luz a emular, no sólo por los marinos en la zona norte, sino por los dominicanos a nivel nacional.
Descanse en paz gladiadora de la vida
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